1 ene 2013

La leyenda del 1 de enero

Cuenta la leyenda que el mes de enero tiene 31 días. Que después del 31 de diciembre pasa al 1 de enero. Que el primer día del año no es el 2. Pero como bien he dicho, es una leyenda.
No importa cuándo, no importa qué, pero desde que tengo uso de razón el día 1 de enero no consta en mi memoria. De Pequeña era un día en el que me pasaba viendo dibujos y comiendo turrón y polvorones hasta que llegaba la hora de dormir otra vez. Un poco más mayor era el poder acostarse tarde el 31 cantando villancicos y viendo los especiales de noche vieja, y al despertarme ya había pasado más de medio día. Ya en mi adolescencia y juventud lo tomaba como una noche de fiesta inmensa hasta llegar a casa tiempo después de haber amanecido y por consiguiente me levantaba alrededor de la hora de merendar, con un cuerpo que sólo deseaba volver a la cama lo antes posible. 
Ahora soy más mayor. Este año tenía intención de conocer el famoso día 1 de enero y aprovecharlo. Todo era perfecto. El plan era perfecto, la cena era perfecta, la compañía era perfecta, era tan feliz que me parecía imposible que el 2013 pudiera ser un mal año para mí. Pero el monstruo de la agonía vino a comerse las uvas conmigo, entregado como presente de año nuevo por la persona a la que más quiero en el mundo y por la que habría sido capaz de enfrentarme a toda mi vida, como llevaba tiempo haciendo. Media hora antes de la hora clave el control se perdió y las formas no fueron las correctas, de modo que entré en el 2013 con lágrimas en los ojos y tratando de evadirme de cualquier manera. Poco después, el teléfono. Y la primera persona con la que hablo en este nuevo año me hunde de tal forma que no consigo levantar cabeza en toda la noche.
Del 1 de enero de este año solo conozco de momento la cama, y creo que voy a combinarla con el ordenador para que, efectivamente, nunca haya existido.