-
Abuela, ¿qué significa el tatuaje que tienes en el cuello?
Jaime
preguntaba con la inocente curiosidad de un niño de ocho años a su
abuela Abigail, quien levaba rato meciéndose al lado de la chimenea.
Se tocó inconsciente el trazo negro que asomaba por la camisa.
- ¿De
verdad quieres saberlo?
- Sí
-contestó el muchacho tras dudar un poco. Su primo Pedro y su
hermana Sofía se acercaron al escuchar la inquietante pregunta de la
mujer.
Los
miró a todos, uno por uno, con sus chispeantes ojitos llenos de
expectación, y empezó a relatar con su voz de contar historias.
- Me
lo hicieron cuando me encarcelaron en la Nueva York de 4736 por no
ser ciudadana registrada.
Un
quejido unísono hizo que Abi se echara a reír.
-
¿Otra vez, abuela?
-
¿Cómo que otra vez? Tú has preguntado. ¿Queréis saber lo que
pasó o no?
Los
niños asintieron. Prometía ser otra de las historias fantásticas
de su abuela, y se sentaron a su alrededor para disfrutarla.
- Fue
un día que estaba aburrida. Había estado leyendo un libro sobre la
historia y evolución de esa ciudad, y quise saber cómo llegaría a
ser. Así que me monté en mi máquina del tiempo y adelanté unos
cuantos años el reloj.
-
Abuela, ¿cómo se llamaba tu máquina?
- Yo
la llamaba Zanahoria, porque era naranja. -contestó con una sonrisa
melancólica- Otro día os explicaré su nombre real.
- ¿Y
qué pasó con ella? -Volvió a preguntar Sofía.
-
¿Queréis que os cuente la historia del tatuaje o no? -Todos
asintieron de nuevo.- Bien, pues como os contaba, monté en Zanahoria
y me presenté en ese año. La ciudad era realmente abrumadora. Una
cúpula de cristal la aislaba del resto del mundo y a la vez la
protegía de intrusos. Intrusos como yo... Mientras admiraba los
árboles holográficos de Central Park, una patrulla de la policía
se acercó a mí con curiosidad. Me pidieron que me identificara.
- ¿Les
enseñaste tu DNI español de 2016? -rió Pedro.
- No,
me pedían el chip de identificación que debía llevar en el hombro.
Como no lo tenía me encarcelaron. -La pequeña abrió mucho la boca,
sorprendida.- Fueron muy discretos. Me pidieron amablemente que
subiera al coche patrulla y me hasta me pusieron música durante el
trayecto.
La
verdad era que se abalanzaron sobre Abi como perros rabiosos, la
redujeron sin miramientos e incluso le llegaron a hacer un corte en
el pómulo cuando la tiraron al suelo. Por aquel entonces ella tenía
26 años, se defendía bien y se movía cual rabo de lagartija para
intentar zafarse de los agentes de la ley. Sonrió interiormente
mientras suavizaba la historia.
- ¿Y
cómo saliste de allí? -le preguntó Jaime.
- Pues
no fue fácil. La seguridad en esa época es mucho mayor que la de
hoy en día. Además, al ingresar me hicieron este tatuaje para
tenerme controlada. Es un código de preso tatuado con una tinta
especial. Guarda toda la información que tienen sobre mí. Código
genético, nombre, procedencia... ni que decir tiene que poco tenían,
ya que en realidad yo no existía. Pero si alguien leyera el código
con una de las máquinas que tenían, se activaría, brillaría y les
diría que me llamo Cordelia Instad, vivo en Londres y nací en el
año 4710.
Los
peques rieron. Su abuela siempre se hacía llamar así en sus
historias. Ninguno creía que aquello que les contaba cuando la veían
fuera cierto, pero igualmente les gustaba escucharla. Jaime, no
dispuesto a que acabara allí la aventura de la genial Cordelia,
Quiso saber cómo había llegado a escapar de aquella prisión y
volver hasta su tiempo, para conocer a su abuelo, casarse, tener a
sus dos hijas y llegar hasta la fecha actual.
- Fue
difícil. En esta ocasión no tuve ayuda de nadie, ya que no había
nadie por allí. Dos días pasé hasta que alguien apareció por la
puerta de mi celda. Decía que habían encontrado coincidencia con el
código genético en un resquicio de un antiguo país al otro lado
del océano. Me dio lástima escuchar eso, pues entendí que mi
descendencia no saldría de la península en la que ahora vivimos.
Conmigo se acabaría la historia de Zanahoria. -Estaba realmente
triste al decir eso. En dos segundos se repuso y continuó. Los
chicos querían saber qué pasó.- El caso es que me llevaron a la
sala del consejo para interrogarme. De camino, por los pasillos, pude
asomarme a alguna ventana y deducir mi posición. No estaba muy lejos
de donde había aterrizado con mi nave, llegar sería fácil. El caso
era librarme de los guardias, que parecía imposible. Entonces, pasó
algo que me dejó igual de estupefacta que a ellos. -Los niños la
miraban expectantes- Una gran explosión a unos metros delante
nuestro, seguida de una nube de humo extraño que nos rodeó en un
pispás. Cuando reaccioné vi que tenía los grilletes abiertos, y no
tardé en salir corriendo de aquel sitio.
- ¿Y
qué hizo aquella explosión? -preguntó Pedro aún con la boca
abierta.
- No
lo sé, cariño. Sólo sé que me ayudó a escapar. Lo único que
pude ver fue unos ojos brillantes mirarme desde el centro de la
explosión, y juraría que los conocía.
Su
mirada se enturbió. La apartó del grupo de chiquillos y volvió a
internarse en sus pensamientos. Aun hoy seguía soñando con aquellos
deslumbrantes ojos que había visto entre el humo, mirarla con
intensidad. Unos ojos en los que, no tenía muy claro el qué, pero
algo reconocía.
Los
niños se fueron retirando de uno en uno, dejando a su abuela de
nuevo en ese estado de aislamiento en el que vivía casi
permanentemente. No estaba muy bien de la cabeza e inventaba
historias para evadirse. Pero al terminarlas siempre volvía al mismo
estado. No fue hasta que todos salieron de la habitación, que un
ligero brillo iluminó el tatuaje del que habían estado hablando.
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