21 jul 2018

Diario de Edelia

Día XX1

Hoy las puertas del castillo se han abierto para unos invitados muy especiales. Son los Señores de una ciudad costera al oeste de aquí, no recuerdo muy bien el nombre. Han venido varias familias, creo que tenían negocios que tratar con mi padre. Aunque, como siempre, hemos acabado de celebración. Si hay algo que diferencia a mi familia de los demás elfos es nuestro afán por ser los mejores anfitriones.
He pasado la tarde en mi invernadero, cuidando de mis plantas medicinales. La artemisa no está creciendo muy bien últimamente, y eso me preocupa, puesto que es la hierba de las mujeres. ¿Significa eso que tengo algún problema que haya captado la planta y yo aún no lo sepa? Está claro que un trozo de mi alma reside en cada una de mis preciadas macetas, y me preocupa que ese pedazo no esté del todo sano. Se avecina un cambio en mí, estoy segura.
Una vez más, se me volvió a ir la hora y llegué tarde a la cena. Por suerte nadie se dio cuenta, los invitados ya estaban bastante perjudicados gracias a las barricas de hidromiel que llevaban rondando desde media mañana. Pero padre, que siempre está al tanto de todo lo que pasa en su hogar, sí se enteró cuando me senté al final de la mesa. Cuando alcé la vista hacia él me topé con su mirada de reproche silencioso. Bueno, mañana tendré que escucharle la misma charla de siempre. No me queda otra opción.
Pero en ese momento decidí no pensar en ello y disfrutar de la opípara comida que tenía delante. Y en eso estaba, cuando una brillante y azulada mirada me llamó la atención. Era un chico, un joven humano, sentado justo en la otra punta de la mesa. Debía ser una persona importante, cercana a uno de los Señores que habían venido, por la posición de su asiento.
La intensidad con la que me miraba hizo que se me cerrara el estómago y que mi corazón empezara a latir con fuerza. No supe muy bien sus intenciones, ni siquiera el por qué de esa llamativa mirada o sus pensamientos, pero logró que mi cuerpo se retorciera en la silla. No debía tener más de... ¿Cuánto? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho años? Y aún así me estaba haciendo temblar, sin saber el motivo. Aparté la vista y durante el resto de la cena, que fue corta e incómoda para mí, traté de esquivarla todo lo que pude. Él siguió mirándome de esa misma forma hasta que me levanté de la mesa.
No sé su nombre, no sé quién es, ni qué intenciones tiene. Y de momento, esta noche, no me interesa averiguarlo. Quizás mañana, cuando padre se levante tras el pertinente descanso tras la fiesta que promete alargarse hasta la madrugada, y una vez que los invitados hayan partido, me acercaré a preguntarle por el extraño y ¿apuesto? chico de ojos azul brillante, que se sentaba en la mesa principal, cerca de los Señores humanos.

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