14 feb 2012

No vayas al veterinario con ropa de limpiar...

14 de febrero, fecha clave para muchas personas por distintos motivos: es el día después del 13, San Valentín, y el día en que conocí al futuro padre de mis hijos.
El día comenzaba con una poco esperanzadora racha de limpieza. Como desde hace unas semanas, me da por enfundarme un chandal viejo, unas deportivas zarriosas, una camiseta XXL a modo de delantal, y con el pelo mal atado en un completamente zarrapastroso moño sin sentido, me pongo a hacer limpieza general muy a mi ritmo, con mi música de fondo y parando de vez en cuando para recargar pilas viendo anime o navegando por mis redes sociales. Aunque me pase las horas limpiando he adquirido mucha sabiduría que transmitir a las futuras generaciones, como que cuando una freidora lleva más de un año sin limpiarse, la única forma de tener una freidora limpia es tirarla y comprarse una nueva, o como que lo mejor que quita la grasa reseca de ella no es ni el Fairy, ni el Cillit Bang, ni el quita grasas de El Bosque Verde, sino un cuchillo de pescado. Pasé muchas horas con esa freidora..... sí. Y en el momento en que creí tenerlo todo bajo control, me dí la vuelta, miré la resistencia.... y le vi una nueva utilidad al cuchillo de pescado v_v
Aunque parezca que todo está limpio, en el curso avanzado de Madre que he hecho hace bien poco te enseñan a encontrar suciedad en cualquier sitio, y quehaceres interminables en una casa. Así que llevo días limpiando poco a poco mi actual vivienda, y muy contenta de ver los resultados. Pero hoy.... hoy no era el día. 
Me levanté tarde y me puse a hacer mis tareas, como siempre, con mis harapos limpiantiles y mis pelos de loca. Pero estaba predestinado a ser un día especial, el 14 de febrero de 2012. Ya a última hora de la tarde mi padre y yo fuimos a llevar a mi ración de emergencia.... digo, a mi gata Kaoya, al veterinario para ponerle la última vacuna que le faltaba. Ni siquiera se me ocurrió cambiarme de ropa, pues solo iba a pincharla, a comprar, y vuelta a casa, nada importante. Cuando de repente entro en la clínica embutida dentro de mi abrigo todo terreno color blanco sucio (bueno, en realidad se supone que es blanco, el sucio se lo he añadido yo con el tiempo), con el transportín de mi gata en la mano y con mi mochila-bolso llena de chapas entre las que se pueden leer cosas tales como "soy friki y no he matado a nadie... aún", "I love yaoi" o "THE GAME", y me recibe un chico tremendamente guapo, de ojos claros, pelo largo y sonrisa encantadora. Me enamoré de él al instante, obviamente. ¡Era el veterinario más guapo del mundo! O por lo menos de los que yo he conocido hasta hoy. ¡Y me pidió el teléfono! Aunque era para hacer la ficha de Kaoya, pero bueno. Como madre hipocondríaca, empecé a decirle supuestas cosas que le podían pasar a mi pobre gata-cobaya y que pudieran alargar la visita. Mil preguntas pasaron por mi mente antes de irme, aunque ya conociera la respuesta a novecientas de ellas. Y antes de irme me dio una tarjeta con los dos teléfonos en los que le podría encontrar, "por si necesitaba cualquier cosa" (palabras textuales). Antes de salir de allí ya se me habían ocurrido varias cosas por las que llamar...
De pronto el día de San Valentín había adquirido algún sentido positivo para mí por primera vez en mi vida, acababa de conocer a mi futuro marido. Hasta que paseando por los pasillos del Mercadona mi manía persecutoria con los espejos me hizo fijarme en las pintas con las que me había visto aquel pivón.... tierra trágame, conozco a un muchacho genial, ¡Y YO CON ESTOS PELOS! TT_TT