22 abr 2012

Las crónicas de las duchas

Erase una vez, una pequeña joven... (de pequeña nada, la joven era yo) que llegó a vivir a una residencia de pladur en la que todo era una chapuza y se sostenía con palillos, pero aún así llegó con ilusión. A primera vista, el edificio me pareció imponente. Una vez dentro me pareció más bien inhóspito. Mi habitación era grande y luminosa (cuando encendía todas las luces) y estaba totalmente equipada con los muebles de primera necesidad. El mayor problema que tenía ese cuarto compartido, era un terrible dragón que vivía en la cama de enfrente. Tenía aterrorizado a todo el castillo... a todo el cuarto, y a parte del resto de la residencia. Con su aspecto malicioso y su carácter dominante, se había hecho la dueña y señora de todo lo que tuviera que ver con aquellos alojamientos. Acostumbraba a dormir varias horas por la tarde, y cuando estaba despierta solía entretenerse viendo telenovelas en la televisión. A veces, incluso se la puede escuchar marcando su territorio con unos estridentes aullidos que podrían dejar sordo a cualquiera, mientras, a ritmo de bachata, se mueve de un lado a otro en ropa interior.
Había un cuartito al lado del que yo utilizaba para dormir, en el que reposaba un triste frigorífico, un microhondas y un fregadero pequeño (y ahora búscate la vida para cenar todas las noches aquí). Pero sin duda, el cuarto que más ha dado y dará que hablar, será el cuarto de baño. Desde el primer día lo recuerdo con un enorme charco por todo el suelo, cosa que no me cuadraba porque las duchas estaban en un escalón más alzadas... hasta hoy. Cómo en la residencia no tenemos lavadora, pensé que sería agua que escurría de la ropa que las chicas lavaban a mano (¡Qué inocente!) pero me equivocaba. Disponíamos de cuatro lavabos grandotes sobre una pila de mármol delante de un enorme espejo que ocupaba toda la pared (genial para mujeres), tres duchas y tres váteres, todos individuales con sus puertitas y paredes de plástico amarillas, tales como las de los centros comerciales. El tema de elegir un váter que frecuentar y en el que sentarse no fue tan difícil, puesto que todos parecían más o menos iguales. Pero el tema de las duchas era harina de otro costal. Entré un par de veces en cada una comparándolas, pero me seguían pareciendo todas poco atractivas lo menos. Dos de ellas lucían un hermoso tapón natural en el sumidero, y la tercera tenía mal aspecto el mando del grifo, aunque al menos no estaba llena de pelos. Me decanté por esa. Dejé mi toalla en el colgador que había a la izquierda de la puerta (sin darme cuenta de que ésta se abría hacia la derecha) y me dispuse a ducharme. Enseguida entendí por qué no se utilizaba. La alcachofa apuntaba el agua hacia donde le daba la gana. Es más, por el centro no repartía, así que si la colgaba de la pared había un punto en el que podía permanecer totalmente seca entre los chorros que empapaban las paredes y se disparaban hacia fuera del recinto. Terminé mi ducha como pude y traté de secarme... abrí la puerta buscando mi toalla y estaba al otro lado, así que tuve que salir entera de allí para poder secarme (contraproducente nivel 10).
Mi siguiente ducha fue hoy. Quise probar otra para ver si tenía más suerte. Ya que las demás tenían claros signos de ser utilizadas a diario, entré en la que me pareció más limpia. En ésta, la alcachofa estaba bien y salía el agua genial. Contenta por mi hallazgo, voy a colocar la ducha en la pared... cuando veo que el colgador es de una alcachofa diferente (T_T). Me las ingenio como puedo para seguir con mi ducha colgada de mala manera, ya que podía acostumbrarme. Aunque no era eso todo lo que me deparaba la ducha de hoy. Al agacharme para coger el champú pude contemplar con asombro (y preocupación) que el sumidero no tragaba absolutamente nada. El agua había llenado el plato de ducha y ahora rebosaba por todos lados. Un barquito navegaba por aquellas turbulentas aguas blanquecinas que caían por el escalón de las duchas al suelo del baño, y por mucho que hiciera para intentar achicarlas de allí mis esfuerzos eran inútiles. Dando por perdida la batalla, terminé mi ducha y me fui dejando aquel cuarto empantanado. Aún no he vuelto para ver los resultados, pero ya me da bastante miedo cuando me tenga que volver a duchar...
En fin, ya os iré contando las vivencias de ésta loca en la residencia de playmobil, que no tiene nada que ver con el Mundo de Hanako.