22 may 2012

El sueño de Morfeo

Amanecía un día como otro cualquiera en mi nuevo destino en Palma de Mallorca. Los días van pasando y el trabajo cada vez es más estresante, pero consigo llevarlo con serenidad, paciencia, y gritando mucho a mis subordinados. Vuelvo a dedicarme a la música, por lo que trabajar es casi un descanso para mí. La diferencia es que aquí me exigen mucho esfuerzo físico. Por eso, aquella mañana como otra cualquiera que acaba de amanecer en el inicio de la entrada, fue la precursora de un día bastante complicado que comenzó una hora más temprano que de costumbre.
Durante toda la noche el viento no me había dejado dormir bien. Las contraventanas típicas mallorquinas no paraban de dar golpes en las paredes, sin nada que las pudiera sujetar ni abiertas ni cerradas. Si no eran silbidos fantasmagóricos eran golpes de viento que arrastraba cualquier cosa de la calle lo que me hacía mantenerme despierta y acurrucada en un rincón de mi cama. Calculo que dormí apenas dos horas en toda la noche. A las seis y media de la mañana tocó levantarse. La verdad es que eché en falta unas piedras que llevarme al bolsillo para no salir volando una vez fuera. Pero no hizo falta, pues el viento remitió a media mañana, dejando un sol de justicia y haciéndonos a todos pasar a la uniformidad de verano durante unas horas.
Tras toda una jornada con apenas un descanso para almorzar, y mucho ensayo musical, se acercaba la hora de comer. Ya era más de medio día cuando una cruda noticia se hizo presente en el ambiente: nos tocaría hacer gimnasia al final a última hora. A toda prisa nos preparamos para lo que nos pudiera venir, nos pusimos la ropa de deporte y esperamos a ver qué haríamos. Nada más y nada menos que ejercicios sin descanso, separados entre sí por pequeñas pausas para correr, y dejando entre cada serie un tiempo de relax en el que nos dedicamos a seguir corriendo. Una hora y media después caminábamos hacia las duchas agotados. Me metí entre pecho y espalda unos bollitos con leche y cuando mis ojos se cerraban y mi cerebro empezaba a desconectar decidí dormir.
Las contraventanas seguían cerradas para evitar los golpes producidos por el viento, dándole a la habitación un estado de aislamiento del mundo que evocaba al descanso de mi dolorido cuerpo. Puse música en el ordenador, apagué la conexión de datos del móvil para que el servicio de mensajería instantánea conocida como "wasap" no me molestara, y me dejé caer en brazos de Morfeo.
La puerta sonó tres veces. Mi primera reacción fue mirar el reloj. 7:15. Salté de la cama como una energúmena gritando "¡me he dormido!". Abro la puerta y encuentro a un chico preguntando por el dragón, que ya no vive conmigo. Le mando a su cuarto gritando mientras daba vueltas de un lado a otro por el baño y mi habitación "mierda, mierda, ¡me he quedado dormida! Llego tarde. ¿A qué hora tenía que estar? ¿A que hora salía el bus para ir a ensayar? ¿Tendré que ir ahora yo sola? ¿Me habrán esperado?" cuando mi cabeza pareció empezar a lucir un poco y me dí cuenta de que eran las siete y cuarto de la tarde, no de la mañana. Noté cómo mi corazón dejó de latir un segundo, y veinte minutos más tarde aún no se había repuesto de la taquicardia.
Conclusión: debo comprarme un reloj que marque las 24 horas, no solo 12 ¬¬
Conclusión 2: Morfeo no vuelve a estar invitado a pasar una siesta en el Mundo de Hanako.