15 dic 2012

Reflexión de una tarde de sábado

Siento ser egoísta, siento ser infantil, siento ser territorial, siento ser poco comprensiva, siento obcecarme tanto, pero yo soy así. Creo que querer a alguien no significa desear lo mejor para esa persona aunque eso signifique sacrificar tus propios intereses, sino querer que solamente sea feliz contigo, a tu lado, y con nadie más. Toda esa sarta de tonterías que se dicen para tratar de apaciguar el dolor por la pérdida no me las creo. En serio, ¿quién no ha deseado alguna vez que la persona que ama no vuelva a encontrar la felicidad con nadie que no sea uno mismo? Opino que ese sentimiento es el real, y que nos encargamos de taparlo con las típicas ideas altruistas para convencernos de que así nos duele menos. Pero ¿en realidad duele menos?
No, el amor es algo que hay que pasar y que no hay forma de que se cure antes. Es como la gripe, puedes hacer algo para que te alivie pero siempre será momentáneo. Hasta que no pase todo lo que tenga que pasar no terminará el suplicio. Nos empeñamos en convencernos de que si la otra persona es feliz, nosotros también lo somos. ¡Qué tontería! Yo no me siento más feliz sabiendo que la persona a la que quiero se ríe con otra, camina de la mano de otra, o duerme en brazos de otra, cuando en realidad no dejo de extrañarle y desear que todo eso lo haga conmigo. 
No dejo de desearle mal inconscientemente a aquel que desea apartarse de mí, y aunque me arrepiento enseguida por pensar eso, no soy capaz de desearle una vida próspera con alguien que le haga más feliz de lo que le he podido hacer yo. Lo siento, pero es que duele demasiado. Quizá es que me sienta mal el amor.

10 dic 2012

La princesa y el erizo

Erase una vez, una hermosa princesa que vivía en un pequeño castillo situado en una nube justo encima del mar. Era dulce, habladora y romántica, a la vez que un poco perezosa. Tenía orejas de gato y se pasaba el día acariciándose la piel suave y jugando son su esponjosa cola y sus graciosos bigotes. A la princesa le gustaba recibir visitas y mostrar su flamante castillo a todo el reino, pero en momentos de dolor lo que más deseaba era encerrarse sola en aquella nube mientras miraba el mar con melancolía. Su mejor amiga y única compañía era una bolita mullida de pelo que se pasaba el día corriendo tras los cordones y jugando con la princesa.
Un día, un simpático erizo llamó a su puerta, ofreciéndole un juego que despertó su interés, y prometiéndole que si le gustaba podrían seguir jugando cuantas veces quisieran. Ella encontró al pequeño animal adorable y sintió deseos de conocerle más, así que sin apenas pensárselo le dejó entrar en su castillo, arriesgándose a descubrir unas verdaderas oscuras intenciones que temía poder encontrar. Pero no fue así. El erizo resultó ser un ser totalmente maravilloso con el que le gustaba mucho jugar y con el que quería pasar todo el tiempo.
Nuestra romántica amiga no tardó en tratar de abrazar a su nuevo compañero, llevándose numerosos pinchazos debido a la coraza de púas que llevaba el pequeño. Pero ella, testaruda y dispuesta a acercarse aún más al animalito, volvió a intentarlo, ésta vez con más fuerza. El erizo sufría mucho al ver cómo la chica gata se hacía daño cada vez que intentaba acercarse a él, y trató de poner fin a su amistad y a sus juegos de cada día, pero el cariño que sentían el uno por el otro no consiguió mantenerlos separados mucho tiempo. Ambos deseaban seguir pasando cada día juntos, jugando en el castillo con la bolita de pelo, y riendo de todo, así que idearon un plan para poder acercarse sin hacerse daño: se envolvería en una gruesa manta y así la niña podría abrazarle cuantas veces quisiera. Pero no fue así. Tras un día entero de achuchones entre juego y juego, al caer la noche, las púas del erizo ya estaban atravesando la manta, y la princesa notaba que cada vez le dolía más estar cerca de su amigo aunque se negaba a admitirlo. Entonces, la manta se rompió, y la princesa quedó gravemente herida por las púas, mientras que el pequeño animal acabó con algunas de ellas dobladas y rotas. 
Los dos lloraron mucho esa noche, y los días venideros. Se veían y querían volver a pasar largos y buenos ratos, pero sabían que nunca podrían, pues el erizo no puede librarse de sus afiladas púas y la princesa no puede endurecer su delicada piel. Pero aunque se les negara pasar todos y cada uno de sus días juntos, los amigos siguieron siéndolo en la distancia aún por mucho tiempo más.
FIN.