1 abr 2018

El tatuaje de Cordelia

- Abuela, ¿qué significa el tatuaje que tienes en el cuello?
Jaime preguntaba con la inocente curiosidad de un niño de ocho años a su abuela Abigail, quien levaba rato meciéndose al lado de la chimenea. Se tocó inconsciente el trazo negro que asomaba por la camisa.
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Sí -contestó el muchacho tras dudar un poco. Su primo Pedro y su hermana Sofía se acercaron al escuchar la inquietante pregunta de la mujer.
Los miró a todos, uno por uno, con sus chispeantes ojitos llenos de expectación, y empezó a relatar con su voz de contar historias.
- Me lo hicieron cuando me encarcelaron en la Nueva York de 4736 por no ser ciudadana registrada.
Un quejido unísono hizo que Abi se echara a reír.
- ¿Otra vez, abuela?
- ¿Cómo que otra vez? Tú has preguntado. ¿Queréis saber lo que pasó o no?
Los niños asintieron. Prometía ser otra de las historias fantásticas de su abuela, y se sentaron a su alrededor para disfrutarla.
- Fue un día que estaba aburrida. Había estado leyendo un libro sobre la historia y evolución de esa ciudad, y quise saber cómo llegaría a ser. Así que me monté en mi máquina del tiempo y adelanté unos cuantos años el reloj.
- Abuela, ¿cómo se llamaba tu máquina?
- Yo la llamaba Zanahoria, porque era naranja. -contestó con una sonrisa melancólica- Otro día os explicaré su nombre real.
- ¿Y qué pasó con ella? -Volvió a preguntar Sofía.
- ¿Queréis que os cuente la historia del tatuaje o no? -Todos asintieron de nuevo.- Bien, pues como os contaba, monté en Zanahoria y me presenté en ese año. La ciudad era realmente abrumadora. Una cúpula de cristal la aislaba del resto del mundo y a la vez la protegía de intrusos. Intrusos como yo... Mientras admiraba los árboles holográficos de Central Park, una patrulla de la policía se acercó a mí con curiosidad. Me pidieron que me identificara.
- ¿Les enseñaste tu DNI español de 2016? -rió Pedro.
- No, me pedían el chip de identificación que debía llevar en el hombro. Como no lo tenía me encarcelaron. -La pequeña abrió mucho la boca, sorprendida.- Fueron muy discretos. Me pidieron amablemente que subiera al coche patrulla y me hasta me pusieron música durante el trayecto.
La verdad era que se abalanzaron sobre Abi como perros rabiosos, la redujeron sin miramientos e incluso le llegaron a hacer un corte en el pómulo cuando la tiraron al suelo. Por aquel entonces ella tenía 26 años, se defendía bien y se movía cual rabo de lagartija para intentar zafarse de los agentes de la ley. Sonrió interiormente mientras suavizaba la historia.
- ¿Y cómo saliste de allí? -le preguntó Jaime.
- Pues no fue fácil. La seguridad en esa época es mucho mayor que la de hoy en día. Además, al ingresar me hicieron este tatuaje para tenerme controlada. Es un código de preso tatuado con una tinta especial. Guarda toda la información que tienen sobre mí. Código genético, nombre, procedencia... ni que decir tiene que poco tenían, ya que en realidad yo no existía. Pero si alguien leyera el código con una de las máquinas que tenían, se activaría, brillaría y les diría que me llamo Cordelia Instad, vivo en Londres y nací en el año 4710.
Los peques rieron. Su abuela siempre se hacía llamar así en sus historias. Ninguno creía que aquello que les contaba cuando la veían fuera cierto, pero igualmente les gustaba escucharla. Jaime, no dispuesto a que acabara allí la aventura de la genial Cordelia, Quiso saber cómo había llegado a escapar de aquella prisión y volver hasta su tiempo, para conocer a su abuelo, casarse, tener a sus dos hijas y llegar hasta la fecha actual.
- Fue difícil. En esta ocasión no tuve ayuda de nadie, ya que no había nadie por allí. Dos días pasé hasta que alguien apareció por la puerta de mi celda. Decía que habían encontrado coincidencia con el código genético en un resquicio de un antiguo país al otro lado del océano. Me dio lástima escuchar eso, pues entendí que mi descendencia no saldría de la península en la que ahora vivimos. Conmigo se acabaría la historia de Zanahoria. -Estaba realmente triste al decir eso. En dos segundos se repuso y continuó. Los chicos querían saber qué pasó.- El caso es que me llevaron a la sala del consejo para interrogarme. De camino, por los pasillos, pude asomarme a alguna ventana y deducir mi posición. No estaba muy lejos de donde había aterrizado con mi nave, llegar sería fácil. El caso era librarme de los guardias, que parecía imposible. Entonces, pasó algo que me dejó igual de estupefacta que a ellos. -Los niños la miraban expectantes- Una gran explosión a unos metros delante nuestro, seguida de una nube de humo extraño que nos rodeó en un pispás. Cuando reaccioné vi que tenía los grilletes abiertos, y no tardé en salir corriendo de aquel sitio.
- ¿Y qué hizo aquella explosión? -preguntó Pedro aún con la boca abierta.
- No lo sé, cariño. Sólo sé que me ayudó a escapar. Lo único que pude ver fue unos ojos brillantes mirarme desde el centro de la explosión, y juraría que los conocía.
Su mirada se enturbió. La apartó del grupo de chiquillos y volvió a internarse en sus pensamientos. Aun hoy seguía soñando con aquellos deslumbrantes ojos que había visto entre el humo, mirarla con intensidad. Unos ojos en los que, no tenía muy claro el qué, pero algo reconocía.
Los niños se fueron retirando de uno en uno, dejando a su abuela de nuevo en ese estado de aislamiento en el que vivía casi permanentemente. No estaba muy bien de la cabeza e inventaba historias para evadirse. Pero al terminarlas siempre volvía al mismo estado. No fue hasta que todos salieron de la habitación, que un ligero brillo iluminó el tatuaje del que habían estado hablando.