15 dic 2012

Reflexión de una tarde de sábado

Siento ser egoísta, siento ser infantil, siento ser territorial, siento ser poco comprensiva, siento obcecarme tanto, pero yo soy así. Creo que querer a alguien no significa desear lo mejor para esa persona aunque eso signifique sacrificar tus propios intereses, sino querer que solamente sea feliz contigo, a tu lado, y con nadie más. Toda esa sarta de tonterías que se dicen para tratar de apaciguar el dolor por la pérdida no me las creo. En serio, ¿quién no ha deseado alguna vez que la persona que ama no vuelva a encontrar la felicidad con nadie que no sea uno mismo? Opino que ese sentimiento es el real, y que nos encargamos de taparlo con las típicas ideas altruistas para convencernos de que así nos duele menos. Pero ¿en realidad duele menos?
No, el amor es algo que hay que pasar y que no hay forma de que se cure antes. Es como la gripe, puedes hacer algo para que te alivie pero siempre será momentáneo. Hasta que no pase todo lo que tenga que pasar no terminará el suplicio. Nos empeñamos en convencernos de que si la otra persona es feliz, nosotros también lo somos. ¡Qué tontería! Yo no me siento más feliz sabiendo que la persona a la que quiero se ríe con otra, camina de la mano de otra, o duerme en brazos de otra, cuando en realidad no dejo de extrañarle y desear que todo eso lo haga conmigo. 
No dejo de desearle mal inconscientemente a aquel que desea apartarse de mí, y aunque me arrepiento enseguida por pensar eso, no soy capaz de desearle una vida próspera con alguien que le haga más feliz de lo que le he podido hacer yo. Lo siento, pero es que duele demasiado. Quizá es que me sienta mal el amor.

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