3 feb 2019

Érase una mañana...

Reto 2: escribir un relato sin ningún adverbio -mente.

El monstruo salió de debajo de la cama. Estaba muy oscuro, pero la luz empezaba a filtrarse por la ventana. Se sacudió el polvo que acababa de coger y se dirigió a la otra cama, llamando al unicornio que descansaba enredado en las sábanas.
–¡Eh! Ya se han ido.
La cabeza rosa apareció por el borde antes de hablar.
–¡Menudo despertar el de hoy! Se nota que es lunes... Yo creía que mamá iba a explotar.
La enorme serpiente de peluche apareció entre ambos.
–Anoche se acostaron muy tarde, es normal que hoy les cueste levantarse.
–¿Vosotros creéis que llegarán a tiempo?
Los tres muñecos se miraron durante unos segundos y respondieron al unísono.
–No...
–¡Vamos chicos! ¡Que va a empezar la serie!
La muñeca de Ladybug les apremiaba a salir de la habitación y congregarse alrededor de la televisión para disfrutar de su show, que en realidad a todos tenía enganchados.
–Es maravillosa... –decía el muñeco de Cat Noir, compañero de caja de la super heroína, ensoñador como cada día.
–Lo sé –contestó la aludida recreándose en su personaje.
–Eh, pero este capítulo ya le hemos visto.
–Sí, no hacen más que repetirlos...
El resto de juguetes se quejaban por volver a ver las mismas aventuras una y otra vez, pero los protagonistas seguían inmersos en el programa, recitando palabra por palabra los diálogos de sus personajes con sumo placer. Algunos más se quedaron hasta el final, otros se dispusieron a buscar entretenimiento alternativo.
Mientras el nenuco y el unicornio hacían un puzzle, varios peluches seguían enfrascados en la programación televisiva matutina, y otro de los bebés hacia una torre con los bloques. Una mañana normal en esa casa. De pronto la puerta sonó. Alguien estaba abriendo la cerradura. Todos los muñecos se quedaron estáticos, hasta que la serpiente de peluche gritó:
–¡Alerta humano!
Todos corrieron lo más rápido que pudieron, escondiéndose en cualquier hueco que pillaran. Debajo de los sillones, entre los cojines, detrás del mueble del salón... ¡Qué desgracia! Papá había vuelto antes de tiempo del trabajo y ahora no sabían cómo salir de ésta.
–¡Vaya! Ya han vuelto a dejar los bloques sin recoger –se quejaba mientras los apartaba con el pie para poder pasar.
El hombre se sentó en el sofá una vez dejó todo lo que traía en las manos, encendió de nuevo la tele y se relajó tras su día de duro trabajo. El monstruo miraba a los bebés, que se escabullían hacia sus cajones con cuidado de no ser vistos. El oso de peluche esperó el momento en que sacó el móvil para contestar unos mensajes, y se marchó a su estantería también. Ladybug, que estaba justo bajo papá, asomando entre sus pies, y cuando Cat Noir la vio casi entra en pánico. Empezó a gesticular con energía y a dar graciosos saltitos de un lado a otro del pasillo, hasta que se resbaló y cayó al suelo, provocando un ruidito. Papá se extrañó, le había parecido oír algo en el pasillo, pero como el ruido no se repitió, volvió a acomodarse en el sillón y siguió viendo su telenovela. Los juguetes que quedaban fuera de sus sitios respiraron aliviados en ese momento. Entonces, el caótico super héroe se asomó por la puerta y, con determinación y banda sonora heroica en su cabeza, le hizo un gesto a su compañera para que estuviera pendiente de él, causaría una distracción para que ella pudiera salir corriendo de allí.
No se lo pensó dos veces. Cogió carrerilla, apretó los puños y salió disparado hacia el sillón de papá. No se dio cuenta del libro que había en el suelo, mal apoyado sobre un bloque haciendo de balancín, por el que en ese momento pasaba el gato. El gato. El enemigo acérrimo de los juguetes. Por mucho que pudiera considerarle "familia animal", ese gato siempre se dedicaba a moderle y tratarle como si fuera... Pues eso, un juguete. Y ahora estaba a punto de cambiar el curso de la historia de Cat Noir, tumbandose de golpe para arañar el pie del hombre, justo sobre la parte elevada de la improvisada palanca, y haciéndole volar hacia la cabeza de éste en formato héroe mientras él se agachaba a reñir al felino. Cat Noir pasó justo por detrás, dando cómicas vueltas en el aire a escondidas del humano, y llegando a estrellarse contra la pared al otro lado del salón en cuestión de segundos. Papá se giró extrañado, y acabó por levantarse a buscar el origen de aquel ruido. Lo único que encontró fue al juguete de su hija, espatarrado en el suelo entre la mesa y la pared.
–¿Y tú qué has hecho para estar así?
Por el rabillo del ojo, Cat pudo ver a su compañera salir corriendo hacia la puerta, dedicándole una rápida mirada de agradecimiento desde el quicio. En ese momento sintió cómo lo cogían en volandas, recolocaban sus extremidades y lo llevaban hacia la habitación de las niñas, colocándolo sobre una de las camas, aún sin hacer.
–Mejor que esperes ahí a que vengan las enanas.
Se marchó cerrando la puerta tras de sí, y un enorme alivio inundó su cuerpo dolorido. Papá se detuvo un instante a tan sólo unos pasos de la puerta, jurando haber escuchado un gran suspiró procedente de dentro, pero al momento se convenció de que había sido su imaginación y volvió a su telenovela.
El unicornio se asomó desde la cama de al lado.
–¡Eh, colega! ¿Estás bien?
–Pensábamos que te habíamos perdido ahí fuera –añadió el monstruo de ojos saltones desde su misma cama.
–Estoy bien, un poco mareado, quizás. Pero se me pasará. ¿Ladybug...?
Una pequeña cabecita asomó desde detrás de un cojin, tímida. El muñeco salió trastabillando con las sábanas hacia ella, sonriente. Ella agachaba la cabeza mientras le devolvía la sonrisa con ternura.
–Es... Estoy bien. Has sido muy valiente, sin ti no lo habría logrado.
El otro carraspeó mientras hincha a el pecho para hablar pareciendo más "macho alfa" de lo que en su vida llegaría a ser.
–Sabes que vivo para ayudarte, mi lady.
Y con una risita coqueta, la mariquita saltó a sus brazos, convirtiéndole en el juguete más feliz del mundo. El resto de muñecos y peluches se apartaron para dejarles intimidad, mientras en la cama contigua se iba organizando una timba de poker para poder entretenerse lo que les quedaba de mañana, hasta la hora de que las pequeñas de la casa llegaran y les reclamaran para pasar la tarde entre juegos, babas y carreras.

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